El rigor de mis desdichas
https://www.youtube.com/watch?v=vTxNj0daqsY
PRIMERA PARTE
I
El timbrar irritante del celular se coló entre sus sueños y logró despertarlo. A tientas, en medio de la habitación a oscuras, buscó sobre el velador. El móvil, vibrando y lanzando chillidos, parecía ser un grotesco insecto que intentaba treparse sobre él con el único propósito de molestarlo. Su sueño había sido profundo o al menos así lo había sentido, pues bajo el silencio que sostuvo la noche no logró recordar gran cosa. Presionó la pantalla táctil y escuchó una voz entrecortada que le decía.
—Alfredo, ha sucedido una desgracia. Ha desaparecido Germán. No sabemos cómo, pero lo han encontrado muerto en su casa.
Alfredo Gálvez, incrédulo ante lo que acababa de escuchar, pensando que sería alguna broma de mal gusto, quiso cortar la llamada; sin embargo, creyó reconocer aquel tono melodioso de voz.
—¿Es verdad lo que estás diciendo? —respondió con voz apagada.
—Sí, hombre… ¡cómo crees que voy a hacer este tipo de bromas, y todavía a esta hora! Sus restos serán velados en su casa y en la tarde lo llevarán a enterrar.
Alfredo Gálvez, las cuencas hundidas, el rostro sudoroso y aún somnoliento, percibió en medio de su desvarío cómo las comisuras de sus labios empezaban a hundirse hasta formar lo que creyó, sería una sonrisa. Lleno de estupor por esa reacción de su cuerpo, solo atinó a decir.
—¿Qué pudo haber sucedido…? Aunque así es la vida, todos tenemos un final.
Confirmada la noticia, sin siquiera preguntar el nombre al mensajero, aunque sospechaba quién podría ser, cortó la llamada. Tendido sobre su cama, exhausto por el pesado turno de trabajo, sintió cómo los párpados se le empezaban nuevamente a cerrar.
—Pero ya era hora que te mueras!, siempre fuiste un hijo de puta, un embustero, un canalla y malnacido…. —murmuró mientras imaginaba a Germán Marín decrépito, con el pelo cano y las manos nudosas acabadas por la artritis.
Lanzó un bostezo y pensó en dormir; pero, contrario a sus intenciones, su cuerpo se le escarapeló al recordar la cicatriz a la mitad de la mejilla y esas manos nudosas como garras que en su juventud habían sido diestras robando y haciendo la vida a cuadritos a cualquier transeúnte o vecino. Germán Marín, manejando el puñal, podría acabar con cualquier víctima que se le enfrentara. “Seguramente, ya de viejo no habrá podido ni coger los cubiertos para alimentarse”, pensó.
Cuando era niño, bajo la tutela de su madre allá en Macul, había conocido a Germán. Era un hombre eminentemente feo; parecía que la naturaleza se había ensañado con él. Su mandíbula era de enormes dimensiones, ancha y pesada, que parecía colgarle hasta apoyarse en su pecho, era bajo de estatura y su cabeza achatada semejaba un plato inclinado que se perdía al llegar a la nuca.
En ese momento, tendido sobre la cama, el corazón de Alfredo latió acompasadamente y una paz indescriptible envolvió su ser. Sabía que tarde o temprano sucedería esto y recordó que en alguna ocasión pudo haber hecho amistad con Germán, pero se alegró de haberlo mantenido a distancia.
A través de las ranuras de la ventana se colaba el frío de la noche y bajo el ritmo de su respiración pausada, musitó.
—Esto de la muerte de Germán será noticia en toda la comunidad y más de uno se alegrará!
Mientras cerraba los ojos, recordó que les gritaban al pasar por el pueblo: “¡Ladrones…, malditos…!” “¡Muerto de hambre, mataste a mi padre, asesino…!”
Esas exclamaciones de los pobladores, que fruncían el entrecejo al verlos pasar, eran peores que recibir una golpiza o varios chicotazos, y desde que era chiquillo sospechó que casi todo el pueblo se alegraría al saber de la muerte de Germán Marín. Imaginó que más de uno, luego que le dieran cristiana sepultura, lanzaría imprecaciones sobre la tumba del maldito, condenando a su espíritu para hacerle pagar por todo el daño que les hizo a sus prójimos. “¡Murió la alimaña que pasaba mirando a mis animales para robarlos y comerse hasta los huesos!” “Sí, era un zángano mantenido por una viuda, a quien también le robó su única vaca preñada de raza holandesa. Ahora ¿a quién le robará allá arriba? ¿A san Pedro?... No creo. A San Pedrito nadie le engaña, él todo lo ve.” “¡Qué bueno que murió ese ladrón! Nadie lo acompañará en su velorio;
Alfredo, en ese instante, se sintió aliviado; como si el odio que arrastró por años en lo más profundo de su ser hubiera llegado a su fin. Inquieto por todos esos pensamientos que revoloteaban en su cabeza, deseó con ansias estar en Macul, solo para escuchar la campana anunciando la muerte del maldito. Llevaba mucho tiempo sin visitarlo y en ese momento deseó verlo en su féretro.
Dentro del ataúd estaría Germán, con las fosas nasales tapadas con algodón y la faz macilenta, a diferencia del rostro furioso que lanzaba muecas y mofas mientras jalaba a los animales que robaba, y esas manos pálidas, nudosas e inertes, se verían diferentes a las vigorosas y rapaces con las que actuaba impunemente. Su barriga luciría tiesa, plana y vacía, sin poder alimentarse con la carne de los animales robados, y sus ojos, esos ojos que cuando salía a robar de noche veían más que ave de rapiña, estarían cerrados, poniéndole fin a sus andanzas.
—Ahora sí, se acabó este dolor que por años me mantuvo inmóvil, carajo…! Y no veo la hora de saber que te llevaron a enterrar boca abajo, por si te quieres salir, para que te vayas más abajo.
II
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